Thursday, February 10, 2011

Contra el espíritu de condena
Los humanos llevamos dentro, un juez. Esa es la experiencia más básica: un juez implacable, sobre todo con los demás. Fácilmente dictamos sentencia sin escuchar, sin tener datos, sin asesorarnos. No nos hace falta. El juez que llevamos dentro se las sabe todas y sus sentencias son inapelables. Con ello, el cainismo de nuestra sociedad se mantiene y la piedad se esconde. Muchas de las distorsiones políticas, sociales, familiares provienen por las fuertes condenas, verbales y otras, que nos hacemos a diario. El Evangelio trata de modificar ese espíritu de condena que campa a sus anchas en la historia.
La oferta del Evangelio de Jesús, oferta para toda persona, se abre con el sentido del mesianismo de Jesús que no es sino una misión curativa para toda persona, sin condenar a nadie. Así, en el Evangelio del III domingo del tiempo ordinario. Tal es así que Jesús se atreve a “censurar” la profecía de la Escritura que vaticinaba el juicio de Dios para las naciones, insinuando la realidad de un Padre que no juzga a nadie. Eso es lo que extraña a sus paisanos, tan condenadores para con los paganos.
Acogida
No es posible luchar contra el espíritu de condena sin una mirada, benigna y comprensiva, aunque siempre crítica, a la realidad del otro. Sin la “medicina” de la acogida el espíritu de condena se enseñorea de la relaciones. Sin la apertura de mente, de casa, de corazón, de ideas, el juez que condena se apodera de todas las estancias de la vida.
Necesitamos una terapia mental fuerte para ir eliminando de la vida el espíritu de condena. Asimismo, es preciso aumentar las dosis de confianza en el otro/a para que la sospecha no haga su labor de zapa. La eliminación de la condena verbal sería ya una gran ayuda para este fin.
Fidel Aizpurúa
ECCLESIA, nº 3.501, 16.01.2010